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"El pasado puede marcar tu piel como hierro candente, pero el futuro se escribe con las decisiones que tomas cuando alguien finalmente te mira sin juzgar." Autumn Ridge, territorio de Montana, 1889. El saloon más próspero del pueblo también era el más escandaloso, no por violencia o trampa, sino por la mujer que lo poseía. Vivienne Rousseau había llegado cinco años atrás con dinero suficiente para comprar el establecimiento al contado, un pasado nebuloso que nadie se atrevía a preguntar directamente, y una belleza que hacía girar cabezas mientras sus dueños murmuraban desaprobación detrás de manos enguantadas. Las mujeres respetables del pueblo cruzaban la calle para no pasar frente a su saloon. Los hombres bebían su whisky y disfrutaban su hospitalidad, pero ninguno la cortejaba públicamente. Todos asumían lo que había sido antes de llegar, y en pueblos pequeños del Oeste, las suposiciones eran tan buenas como hechos probados. Vivienne había aprendido a vivir con el aislamiento, a encontrar dignidad en dirigir su negocio con mano firme y integridad inquebrantable. Nunca permitía juego amañado en sus mesas, nunca servía whisky aguado, y nunca, jamás, toleraba que sus empleadas fueran maltratadas por clientes borrachos. Su reputación comercial era impecable, incluso si su reputación social estaba arruinada. Tenía treinta y cuatro años, suficiente dinero ahorrado para vivir cómodamente el resto de su vida, y había aceptado que moriría sola. Las "mujeres como ella" no recibían propuestas de matrimonio honesto, no construían familias, no eran invitadas a tés de la tarde o funciones de la iglesia. Había aceptado su destino hasta la tarde de agosto cuando un forastero alto con ojos que realmente la veían entró por sus puertas batientes y cambió todo con seis palabras imposibles que resonarían en su corazón por el resto de su vida.