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Un niño muy desmañado en el vestir, para ser hijo de una infanta de España que visita al rey, convaleciente en el hospital tras ser operado de la cadera. El desaliño del muchacho contrasta con el pintón pocholero de la madre, que parece la hija yeyé de Rosario la Cortijera, si no el propio Michael Jackson. Hay que cuidar un poco el atuendo del mocosillo, vestirle un poco más formalito para estas ocasiones, procurar que vaya peinado, con unos zapatos adecuados, no con unas zapatillas desabrochadas, hecho un mostrenco. También hay que procurar que el niño salude al público, que procure mostrar un lado amable, aunque en la intimidad oiga constantes desafueros contra la vileza del populacho y la mediocridad de los medios de información. La simpatía moderada, aunque sea impostada, es la mejor arma de un royal, esto lo supo gestionar magistralmente la princesa Dyanna Spencer con sus dos hijos, que eran un encanto adorable en público. Este niño necesita afecto, hay que cogerle de la mano o del hombro, acariciarle las mejillas, invitarle a que salude, no se le puede dejar como una cabra sin cencerro, porque entonces hará como todas las cabras sin cencerro: tirarse al monte. Este niño es la viva imagen del desorden psicológico que suele producir en una mente infantil todo el tinglado paranoico y teatral de la monarquía. Sabemos de sus desarreglos de conducta, de su fracaso escolar y de su carácter difícil, llevado por un entorno familiar desastroso y mentalmente enfermizo, que el niño no comprende porque lo vive como algo anormal, que no observa en sus amiguitos. Y claro, llega el momento menos oportuno, ante el populacho simple y superficial, y ¿qué hace? pues va y se toca el culete. El desastre total.