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Después de 38 años estaba estrechando la mano del hombre que me había recibido cuando llegue a este mundo. Había empezado a transcurrir una hora de tiempo, muy especial. Una hora que permanecerá guardada, junto a mis más gratos recuerdos familiares, dentro de las cosas inolvidables de mi vida. La cita era el 2 de Agosto de 1996, exactamente a las 9 de la mañana, 15 minutos antes estábamos, con mi amigo Dante Fornerón y el recordado Alberto "Pascual" Davyt, en el acceso a la fundación. Nos anunciamos, nos tomaron los datos y nos pidieron que esperáramos. A la hora señalada recibimos el llamado, subimos hasta el curto piso. Cuando la puerta del ascensor se abrió, me quedo grabado el silencio que reinaba en ese lugar. Estábamos en la antesala del despacho del doctor. Su secretaria, en un tono apenas audible, nos señaló el camino. Entramos. Allí estaba el esperándonos, vestía una austera chaqueta blanca, con el logo de la fundación sobre el lado derecho, y del otro lado, el del corazón, su nombre bordado con hilo azul... Dr René Favaloro. La audiencia se había gestionado a través de la Municipalidad, propietaria del Canal 3. Un canal de circuito cerrado que funcionaba por aquel entonces en nuestro pueblo. Pascual era el presidente del Honorable Consejo Deliberante y había sido designado para llevarnos a Buenos Aires y encargarse de todo lo que pudiéramos necesitar. Dante se desempeñaba como director del canal y productor del programa que yo conducía, un programa de interés general que se llamaba "Pautas y Contraseñas". Durante los días previos me había empezado a imaginar como sería la entrevista. Suponía que una personalidad de tamaña magnitud recibiría llamados telefónicos en forma permanente o sería interrumpido para consultas importantes. Empezada a descubrir cuan equivocado estaba. Durante esa mágica hora, nada, ni nadie, iba a interrumpir nuestra charla. El doctor había destinado una hora de su valioso tiempo para recibirnos y atendernos. Para nosotros, nacidos y criados en un pueblo de La Pampa, de 3000 habitantes, ya el hecho de llegar a la Capital Federal produce un asombro en su conjunto. Si a esto le sumamos en que lugar estábamos y ante quien estábamos dispuestos a realizar un reportaje, todo lo que se pueda narrar con palabras parece poco para ilustrar la situación. Teníamos una carta de presentación muy importante, a la cual nosotros quizás no le habíamos dado su verdadero significado. Éramos de Jacinto Arauz, el puedo donde el doctor había comenzado a dar, allá por la década del 50, sus primeros pasos en la medicina. Sabíamos que siempre nombraba nuestro pueblo, que tenía muy en cuenta sus años como médico rural, lo que no imaginábamos es que fuera para tanto. La atención que nos bridó y la predisposición que mostró en todo momento, son muestra acabada del lugar preponderante que él le otorgó siempre a su paso por Jacinto Arauz. Mientras Dante alistaba la cámara y preparaba todos los elementos para llevar a cabo la entrevista, me dedique a observar el lugar. un espacio amplio y poco iluminado, muy austero, fiel a forma de ser de su morador. En uno de los extremos había una mesa larga, sobre la que había mucha papelería, parecían legajos. El único sector con un dejo de desprolijidad. Colgado en una de las paredes el retrato del general José de San Martín. Frente a nosotros su sencillo escritorio donde reposaban algunos manuscritos y planillas de trabajo. Detrás de su silla y colgado en la pared, adosado un mueble haciendo juego donde se podían observar adornos, plantas, un reloj y un equipo de música, también algunas fotos, en una de ellas el doctor, junto a su hermano Juan José, también médico ya fallecido, obtenida durante el paso de ambos por nuestro pueblo. Cuando todo estuvo listo, iniciamos el reportaje. En realidad fue casi un monólogo. El solo hecho de escucharlo contar sus vivencias, traer a la actualidad los recuerdos mejor guardados en su memoria, describir tantas cosas que nosotros conocíamos y él hacía tiempo que no venía; nos fue dejando sin palabras, nos fuimos convirtiendo en meros espectadores de una demostración de amor a nuestro terruño, realmente memorable. Cuando el tiempo que el doctor había destinado a atendernos estaba concluyendo. nos dimos cuenta. La entrevista había llegado a su fin. Ya había cumplido una hora de tiempo muy especial. Después de 38 años estaba estrechando, nuevamente, la mano del del hombre que me había recibido cuando llegué a este mundo. Ricardo Rodriguez.