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Documental sobre diferentes presos y su vida en la cárcel. En su primer día de cárcel, un recluso es fichado, cacheado y clasificado por su historial y su personalidad. Perder la libertad es traumático. A los presos con riesgo de suixidio no se les deja solos Durísima». «Desoladora». «Terrible». El exconseller Santi Vila pasó en estado de 'shock' su primera y única noche en la prisión madrileña de Estremera, enviado por la juez de la Audiencia Nacional Carmen Lamela por los presuntos delitos de rebelión, sedición y malversación de fondos. Cuando la puerta de la celda se cerró tras él a las nueve de la noche y se vio solo con otro recluso, tuvo miedo. Miedo físico. «Estaba acojonado», confesó en declaraciones a 'El Mundo'. Después resultó que el compañero de habitación que tan amenazante le había parecido era de lo más amable y educado: le ayudó a hacer la cama «Se nota que no ha hecho la mili», le dijo y compartió con él su televisor. «Mire, ahí hablan de usted», le animó el preso, penado por un «delito grave» que el político del PDeCAT no detalló. La puerta se abrió a las ocho de la mañana y Vila, ya más tranquilo, desayunó y pasó las entrevistas con el psicólogo, el educador y el médico de la cárcel. Tuvo tiempo de sacar un par de libros de la biblioteca antes de que, a mediodía, su fianza de 50.000 euros se hiciese efectiva. No habían pasado ni 24 horas. En la puerta le esperaba su pareja, el empleado de Telefónica Javier Luque. «No se lo deseo ni a mi peor enemigo», admitió Vila, el único de los exconsejeros encarcelados que dimitió un día antes de la proclamación de independencia de Cataluña y que accedió a prestar declaración ante la juez y el fiscal. En ciertos ambientes, todo el mundo tiene un primo o un vecino que ha estado en el talego y cuenta cosas. Para el resto están las películas. Y es normal tener miedo: Hollywood lleva décadas alimentando nuestro imaginario con cárceles llenas de asesinos tatuados donde reina la ley del más fuerte, se cambia tabaco por cuchillos y al nuevo siempre le violinizan en las duchas. Están el alcaide sádico, el negro bestial, el despiadado amo del patio y los demás, carne de cañón. A veces llega para romper ese círculo vicioso de violenta injusticia un tipo duro pero honesto a su manera, curtido en mil peleas y capaz de helar la sangre de otros sujetos igualmente peligrosos solo con la mirada. Nada que ver con Oriol Junqueras. Comunicación en la cárcel 11 horas pasan en la celda cada noche los presos de las cárceles españolas, de 21.00 h a 8.00 h. La primera llamada El recluso tiene derecho a llamar a su familia y su abogado al llegar al centro penitenciario. Después puede realizar 10 comunicaciones semanales a 10 números autorizados. Más adelante puede recibir visitas, vis a vis íntimos y encuentros familiares. ¿Cómo es el primer día en una cárcel española? «Para una persona que nunca ha estado en prisión, la entrada es algo traumático», admite Jaime Hernández, director del centro penitenciario de Albolote (Granada), con 1.330 internos. «Es un momento fuerte. Impacta. Cuando se dan cuenta de lo que es la privación de libertad, se preguntan: '¿Dónde me he metido?'», reconoce Hernández. El módulo de ingreso es el colchón en el que Instituciones Penitenciarias trata de suavizar el golpe. Es una puerta solo de entrada. Hay varias formas de entrar en la trena. Quien ha sido detenido o enviado desde un juzgado llega a su nuevo hogar esposado en un furgón policial y con lo puesto. En ese caso, junto al kit de aseo reglamentario, los cubiertos de plástico y las sábanas, se le facilita también ropa. Cuando se trata de un ingreso voluntario, en el que el penado tiene un plazo para comenzar su tiempo de condena, a menudo llega acompañado por su familia y con equipaje. Si nunca antes había pisado un penal, se le toman las huellas dactilares y una foto para identificarlo, se le inscribe en el libro de ingresos y se le abre su expediente personal, en el que a partir de ese momento constarán todas sus «incidencias penitenciarias». #documental #crimen #españa