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DIOS PREMIA LA DISCIPLINA | BRIAN TRACY. La vida nos enseña que nada grande se construye de la noche a la mañana. Todo logro verdadero, todo éxito duradero, toda transformación profunda se levanta sobre el cimiento de la disciplina. Y cuando hablamos de disciplina, no nos referimos solo a la capacidad humana de controlar impulsos o de mantener el esfuerzo constante, sino también a un principio espiritual que Dios honra y recompensa. Porque la disciplina no es solo una herramienta práctica, es un acto de fe. Cada vez que eliges la disciplina sobre la comodidad, cada vez que eliges el esfuerzo sobre la pereza, cada vez que decides avanzar aunque no tengas ganas, estás demostrando confianza en que tu constancia dará fruto en el tiempo correcto. Y Dios, que observa el corazón y las acciones, premia a quienes son capaces de mantenerse firmes. Muchas personas oran, sueñan, desean y esperan milagros, pero olvidan que esos milagros necesitan un terreno preparado. Dios premia la disciplina porque sabe que quien ha entrenado su mente y su carácter está listo para recibir bendiciones sin desperdiciarlas. ¿De qué serviría que alguien recibiera abundancia si no tiene la disciplina para administrarla? ¿De qué serviría que alguien alcance un puesto de liderazgo si no tiene la disciplina para ser responsable? La disciplina es el filtro que determina quién está preparado para sostener lo que pide. Dios no entrega victorias a quienes no están listos para mantenerlas, porque su amor es tan grande que no dará algo que pueda destruir a la persona que lo recibe. Por eso, la disciplina es un puente entre la fe y el resultado. Creer es fundamental, visualizar es necesario, orar es vital, pero la disciplina es lo que conecta lo invisible con lo visible. Puedes tener la fe más grande, pero si no eres disciplinado, esa fe se quedará en esperanza. En cambio, si unes tu fe con disciplina diaria, tu vida se convierte en un terreno fértil donde los sueños germinan y se convierten en realidad. La disciplina también es la forma más clara de honrar a Dios. Cuando eres disciplinado con tu tiempo, con tus talentos, con tu salud, con tus recursos, le estás diciendo al Creador: “Valoro lo que me diste, no lo voy a desperdiciar”. Y Dios recompensa esa actitud porque demuestra gratitud y responsabilidad. En la Biblia encontramos muchas veces este principio: al siervo fiel, que multiplica lo que se le entregó, se le da aún más; pero al negligente, al que entierra su talento, se le quita hasta lo poco que tenía. No es injusticia, es ley de vida: la disciplina atrae recompensa. Piensa en la disciplina como una semilla. Cada día que eres disciplinado, plantas una semilla invisible en tu carácter. Puede que al inicio no veas resultados, puede que nadie te aplauda, puede que incluso dudes si vale la pena. Pero con el tiempo, esas semillas empiezan a dar fruto. Tu cuerpo cambia si eres disciplinado en el ejercicio. Tus finanzas mejoran si eres disciplinado con el ahorro y la inversión. Tus relaciones se fortalecen si eres disciplinado en dar tiempo y atención de calidad. Tu fe crece si eres disciplinado en la oración y en la lectura espiritual. Todo en la vida obedece a este principio: Dios premia la disciplina porque la disciplina siempre produce frutos buenos.