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Lo más hermoso de que la realidad sea en gran parte imaginada es que aquello que imaginamos también podemos transformarlo. El experimento “Rat Park” muestra que para las ratas la libertad depende de un entorno físico enriquecido, donde el espacio, los estímulos y la compañía reducen la compulsión y el sufrimiento. Pero en el ser humano la ecuación es mucho más compleja, porque nuestra vida no se sostiene solo en lo biológico, sino en un entramado de significados, símbolos y narrativas que determinan cómo interpretamos el mundo y cómo nos interpretamos a nosotros mismos. Un entorno materialmente perfecto no garantiza bienestar si carece de sentido, pertenencia o propósito. Mientras que la rata necesita condiciones tangibles para prosperar, el ser humano necesita además coherencia narrativa, reconocimiento social y una historia vital que dé forma a su identidad. Por eso nuestras “jaulas” no siempre son físicas: muchas veces son construcciones simbólicas, expectativas culturales o relatos personales que se han vuelto insuficientes. Religiones, ideologías, proyectos profesionales o redes sociales funcionan como arquitecturas de sentido que solo operan si creemos en ellas, convirtiendo nuestro “paraíso” en un acuerdo colectivo más que en un espacio físico. Las adicciones humanas, a diferencia de las de la rata, no son únicamente químicas. También pueden ser narrativas: intentos de llenar vacíos de significado, de compensar la incoherencia interna o de escapar de historias personales que ya no sostienen nuestra identidad. Cuando la narrativa falla, buscamos sustitutos que alivien temporalmente la fractura entre lo que somos y lo que sentimos que deberíamos ser. Esta complejidad se amplifica al considerar que la mayor parte de nuestra experiencia —aproximadamente un 95%— es construcción mental: percepciones filtradas por el cerebro, relatos personales que organizan la identidad y estructuras sociales que definen lo que consideramos real. Solo un pequeño porcentaje corresponde a lo incognoscible, aquello que no podemos controlar ni interpretar del todo. Incluso este margen puede reducirse aún más si se contemplan hipótesis radicales como la simulación o el solipsismo, que cuestionan la solidez de lo que llamamos “realidad”. En este marco, la libertad humana no depende de un entorno físico enriquecido, sino de la capacidad de reconocer las ilusiones que habitamos y de elegir conscientemente cuáles queremos sostener. Nuestro “Rat Park” es un entramado simbólico hecho de significados compartidos, relatos culturales y valores colectivos que nos permiten orientarnos y florecer. La tarea humana consiste en construir y reconstruir estas narrativas de forma ética, creativa y consciente, entendiendo que la mayor parte de lo que vivimos es una obra en permanente elaboración.