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El día más hermoso que había imaginado para mi hija se convirtió en la pesadilla más cruel de mi vida. Ahí estaba yo, sentada en el elegante salón de mi casa en Guadalajara, rodeada de catálogos de vestidos de novia, menús de banquetes y facturas que sumaban más de medio millón de pesos, cuando descubrí que todo había sido una mentira elaborada. Antes de volver al tema, dinos desde dónde nos estás escuchando y, si esta historia te ha emocionado, asegúrate de suscribirte, porque mañana tengo algo muy especial reservado para ti. Mi nombre es Elena Vázquez, tengo 52 años y durante toda mi vida trabajé como contadora en una empresa de exportaciones para darle a mi única hija, Sofía, todo lo que yo nunca tuve. Desde que era pequeña, ella soñaba con tener la boda más espectacular del mundo, y yo, como la madre tonta y enamorada que era, le prometí que cuando llegara ese día, no le faltaría nada. Cuando Sofía llegó a casa esa tarde de marzo con los ojos brillantes y una sonrisa que iluminaba toda la habitación, pensé que era el momento más feliz de nuestras vidas. Traía a su novio Sebastián de la mano, un joven arquitecto que parecía amarla genuinamente, y juntos me anunciaron que se habían comprometido. Mamá, me dijo Sofía arrodillándose junto a mi silla como cuando era niña y quería pedirme algo especial, sé que siempre me has dicho que mi boda sería perfecta. Bueno, Sebastián y yo hemos estado planeando todo y necesitamos tu ayuda para hacer realidad nuestro sueño. Mi corazón se llenó de una alegría tan pura que las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Había estado esperando este momento durante años. Después de todo el sacrificio, todas las horas extra en la oficina, todos los lujos que me había negado a mí misma para ahorrar dinero, finalmente podría darle a mi hija la boda de sus sueños. Por supuesto, mi amor, le dije abrazándola fuertemente. Dime qué necesitas y veremos cómo hacerlo realidad. He estado ahorrando para este día desde que tenías quince años. Sebastián carraspeó nerviosamente y sacó una carpeta llena de cotizaciones y presupuestos. Señora Elena, comenzó con esa voz educada que siempre usaba conmigo, sabemos que esto es una inversión considerable, pero queremos que esta boda sea realmente especial. Hemos visitado los mejores lugares, los mejores proveedores, y hemos calculado que necesitaríamos aproximadamente quinientos mil pesos para hacer todo como lo hemos soñado. La cifra me golpeó como un rayo. Quinientos mil pesos. Era exactamente todo lo que había logrado ahorrar durante quince años de trabajo arduo y sacrificio personal. Pero cuando vi la esperanza en los ojos de mi hija, cuando recordé todas las veces que me había prometido a mí misma que ella tendría todo lo que yo no pude tener, no dudé ni por un segundo. Está bien, les dije sin poder controlar la emoción en mi voz. Es mucho dinero, pero es para ti, Sofía. Es para tu felicidad. Haremos que funcione. Durante las siguientes semanas, Sofía venía a visitarme casi todos los días con nuevas ideas, nuevos gastos, nuevas necesidades para la boda perfecta. Quería el salón más exclusivo de la ciudad, el Hotel Quinta Real, que costaba ochenta mil pesos solo por la renta del espacio. Quería un vestido de diseñador que había visto en una revista, valorado en cuarenta y cinco mil pesos. Mamá, me decía mientras me mostraba fotos en su teléfono, este vestido es exactamente lo que siempre soñé. Es de un diseñador francés que solo hace veinte vestidos al año. Imagínate, voy a ser una de las pocas mujeres en México que tenga un vestido así. El banquete para doscientos invitados tendría un costo de ciento veinte mil pesos, sin incluir las bebidas premium que ella había seleccionado específicamente. La decoración floral, diseñada por el florista más famoso de Guadalajara, sumaba otros sesenta mil pesos. La fotografía y videografía, a cargo de un equipo que había trabajado con celebridades, costaba cincuenta mil pesos más. Cada vez que Sofía me presentaba un nuevo gasto, yo sentía como si me estuvieran arrancando un pedazo del alma, pero también sentía una satisfacción profunda al ver su felicidad. Esta era mi única hija, mi tesoro más preciado, y si podía darle la boda de sus sueños, valdría la pena cada peso que había ahorrado durante tantos años. Mija, le dije una tarde mientras revisábamos las listas de invitados, ¿estás segura de que necesitas doscientos invitados? Son muchas personas y eso encarece mucho el banquete. Sofía me miró con esos ojos grandes y expresivos que siempre había usado para convencerme de cualquier cosa desde que era pequeña. Mamá, esta es la boda de mi vida. Solo me voy a casar una vez. Quiero que todas las personas importantes para nosotros estén ahí para celebrar conmigo. Además, ya mandamos las invitaciones preliminares. Sebastián, quien había estado silencioso durante la mayor parte de nuestras reuniones de planeación, de repente comenzó a participar más activamente en las decisiones.