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En el Zócalo de la Ciudad de México, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo encabezó los siete siglos de la fundación de México-Tenochtitlan, ceremonia que exaltó la importancia e identidad de los pueblos originarios, presentes hasta nuestros días. “Recuperar el legado de Tenochtitlan no significa vivir en el pasado, significa reconocernos en él; significa entender que lo que somos hoy está profundamente marcado por esa historia.” Llamó al pueblo de México a honrar a los pueblos originarios y a reconocer nuestro legado de grandeza. “Amar esta tierra sagrada que nos vio nacer y sentir con orgullo profundo que somos parte de una patria milenaria y viva. Mientras exista el mundo, no acabará la fama y la gloria de México-Tenochtitlan.” La primera mandataria detalló que Tenochtitlan fue símbolo de organización, poder, ciencia, arte y visión, centro de un mundo indígena que supo construir un modelo de civilización en armonía con la tierra y los astros. Al narrar la historia de la señal divina que marcó el inicio de Tenochtitlan, indicó que el águila posada sobre un nopal, devorando una serpiente, es parte de nuestro escudo nacional, símbolo sagrado que representa el cumplimiento de la profecía. “La grandeza de Tenochtitlan no fue sólo su fuerza y su belleza, sino su alma; el espíritu indómito de un pueblo que emergió de la nada para crearlo todo; que convirtió una isla inhóspita en imperio.” La caída de Tenochtitlan en 1521, dijo, representó el inicio de un largo proceso de colonización que buscó borrar todo rastro indígena. “Esa fue, quizás, la herida más profunda, una herida que estamos obligados como mexicanos y mexicanas a curar y a garantizar que se cure, porque ha sido alimentada de discriminación por demasiado tiempo.” La jefa del Ejecutivo federal mencionó que la Cuarta Transformación de la vida pública es un proyecto de dignidad, que reivindica con orgullo nuestra historia, reconociendo a los pueblos originarios como pilares fundamentales de México. “No puede haber justicia verdadera si no empezamos por saldar la deuda histórica con los pueblos indígenas. No puede haber democracia real si se excluye la voz de quienes llevan siglos resistiendo. “Y no puede haber identidad nacional sin reconocer el profundo y orgulloso rostro indígena de México, su esencia y grandeza cultural.” La presidenta Sheinbaum puntualizó que erradicar el racismo no es una opción, sino una necesidad para construir una sociedad justa, incluyente y digna para todas y para todos. Expresó que Tenochtitlan vive en el corazón de un México que ha decidido no olvidar. “El legado de Tenochtitlan no es ruina ni nostalgia. Es semilla, es esperanza. Una semilla que sigue brotando, luchando, enseñándonos que la historia no se borra, que la raíz no se niega. El verdadero futuro sólo puede construirse si abrazamos con valentía todo lo que fuimos y todo lo que somos”.