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Firmó el divorcio en la fiesta navideña llorando — Sin saber que él era el jefe de la mafia Solo firme aquí, señora Valdés. Sofía miraba los documentos de divorcio extendidos sobre el tocador de mármol del baño del Hotel Emperador. Sus manos temblaban tanto que apenas podía sostener la pluma. A través de la puerta cerrada llegaban los sonidos de la fiesta navideña corporativa: risas falsas, música estridente, el tintineo constante de copas de champán. Y ella estaba aquí. Sola. Firmando el final de su matrimonio de cuatro años. Veintiséis años. Eso era todo lo que tenía Sofía, y sentía como si su vida ya hubiera terminado. La notaria, una mujer de unos sesenta años con lentes gruesos y expresión impaciente, golpeó con la uña en los papeles. "Señora, tengo otros clientes esperando. Si va a firmar, hágalo ahora." "Estoy lista," susurró Sofía, aunque su voz se quebró en la última sílaba. No estaba lista. Nunca estaría lista para esto. Era contadora junior en una firma mediana, una mujer que pasaba sus días entre hojas de cálculo y números, tratando de encontrar errores en columnas infinitas de datos. Pero en los últimos cuatro años, el único error que no pudo detectar fue el hombre con quien se casó. Diego Valdés. Arquitecto exitoso, ambicioso, carismático. El hombre que le prometió el mundo y luego lo usó para golpearla emocionalmente hasta que no quedó nada de quien era. Los primeros meses fueron perfectos. Diego era atento, romántico, le enviaba flores a su oficina y la sorprendía con cenas en restaurantes que ella nunca podría pagar. Sofía se sintió como una princesa, como si finalmente alguien la viera realmente.