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https://elblodgeilabasmati.com/2024/1... Su entusiasmo y vasta experiencia en el campo arqueológico le valieron en el año 1892 su nombramiento como director del Servicio de Antigüedades de Egipto. Entre 1894 y 1895, su olfato e intuición le condujeron a excavar un yacimiento situado a unos diez kilómetros al sur Saqqara. Dahshur era conocido por albergar tres pirámides de la dinastía XII del Reino Medio (hacia 2000-1800 a.C.), pero su cementerio, repleto de tumbas, aún no había sido excavado de forma sistemática y rigurosa. En Dashur, De Morgan encontró un complejo muy arruinado, con poco más de unos restos dispersos de la pirámide del faraón Amenemhat II. Conocida como pirámide Blanca, debido a su recubrimiento de piedra caliza, de ella sólo se conserva actualmente una parte del pasillo de acceso, las estancias subterráneas y algunos vestigios del templo funerario. De Morgan y su equipo tuvieron que emplearse a fondo para despejar los cascotes que cubrían la mayor parte del área. El 12 de febrero de 1895 los arqueólogos encontraron, junto al muro occidental de la pirámide, una vasta cavidad rectangular cuyos bordes habían sido tallados en la piedra arenisca. Cuando retiraron las gruesas capas de escombros que la llenaban se abrió ante sus ojos una especie de corredor angosto del que enseguida pensaron que conducía a alguna tumba o cámara escondida bajo la pirámide. En su descenso por el corredor hallaron, a seis metros de profundidad, unos bloques de piedra caliza. Más allá, el corredor aparecía taponado por un tabique de mampostería. Justo en ese punto divisaron dos grandes losas apoyadas en las paredes laterales y al retirarlas descubrieron dos tumbas reales intactas. Pronto averiguaron que pertenecían a dos princesas del Reino Medio: Ita y Khnumet, hijas de Amenemhat II. Aunque estaban situadas a diferentes niveles, las dos tumbas tenían las mismas características. Ambas constaban de una cámara con un sarcófago de arenisca, en el cual se guardaba un ataúd de madera con textos funerariosen los que se indicaba la identidad de la difunta. Las dos momias se encontraban en muy mal estado de conservación, aunque entre sus vendas pudieron recuperarse diversos collares y brazaletes. En un anexo de cada tumba se hallaron restos del preceptivo banquete funerario y los ajuares de las princesas. En el de la princesa Ita destacaba una elegante daga ceremonial, cuyo pomo tenía forma de luna creciente mientras que el mango estaba hecho de oro con incrustaciones de cornalina, lapislázuli y amazonita, y fijado a la hoja de bronce con tres pequeños clavos de oro. Aunque, sin duda, fue la tumba de Khnumet la que arrojó los hallazgos más espectaculares. Se descubrió un sarcófago que contenía un ataúd de madera, ambos con las mismas características y dimensiones que los de Ita. La momia de su interior, al igual que la de Ita, estaba cubierta de restos de betún y yeso. Junto a ella apareció un gran número de joyas de magnífica factura. Lo primero que vio De Morgan fue una máscara funeraria dorada, con dibujos azules y dorados y los ojos plateados. Al igual que Ita, la cabeza de Khnumet se apoyaba sobre un reposacabezas. También se hallaron dos elegantes coronas a modo de guirnaldas de flores, hechas de oro y decoradas con pasta vítrea, cornalina, turquesa y lapislázuli. La momia lucía igualmente un ancho collar formado por signos jeroglíficos de oro, cornalina, lapislázuli, turquesa y pasta vítrea, con los extremos decorados con una cabeza de halcón, animal que representa tanto al dios Horus como al faraón. Destacan asimismo tres brazaletes de cuentas de oro que se completan con elaborados remaches. Estas pulseras no eran meros objetos decorativos, sino que se podían "leer", pues los cierres tenían forma de signos jeroglíficos y formaban un mensaje de buen auspicio. Así, en uno de ellos podemos leer: "¡Toda protección y vida!". El ajuar funerario se encontró en una cámara anexa a la del sarcófago, y mostraba una gran riqueza: restos de alimentos, jarrones de cerámica, un cofre sellado con pequeños frascos de perfume en su interior, un incensario de bronce... y un cofre con los vasos canopos (recipientes que contenían las vísceras momificadas del difunto), que ocupaba casi todo el fondo de la habitación. Pero no fue hasta después de haber apartado unos jarrones cuando Jacques De Morgan se sorprendió al encontrar una caja con perfumes colocada sobre una pila de joyas, collares, coronas y brazaletes de oro, que yacían en desorden en medio de los escombros. No es exagerado afirmar que De Morgan sacó a la luz en Dahshur uno de los mejores ejemplos del alto grado de refinamiento y perfección que alcanzó la orfebrería en Egipto a finales del Reino Medio.