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Descartes subraya constantemente el carácter privado y falible de su propuesta, dejando claro en el Discurso del método que su obra no es un dogma: "Mi propósito no es enseñar aquí el método que cada cual debe seguir para conducir bien su propia razón, sino solamente mostrar de qué manera he tratado de conducir la mía." (Discurso del método, Parte I). Hoy, pues, que muy a propósito para mis designios he entregado mi espíritu a toda suerte de cuidados [...] me aplicaré seriamente y con libertad a destruir en general todas mis antiguas opiniones." (Meditaciones metafísicas) Markus Gabriel y la "Trampa" del Sexto Sentido: En contraste, Markus Gabriel postula en El sentido del pensamiento que pensar es un sentido biológico. A simple vista, parece una observación neutral, pero esconde una estructura de fundamentalismo metodológico. Gabriel afirma con rotundidad: "El pensamiento es un sentido que capta pensamientos, los cuales son hechos [...] El pensamiento nos pone en contacto con la realidad tal como es en sí misma." (El sentido del pensamiento). La filosofía contemporánea muestra una tensión entre la búsqueda personal de la verdad y la imposición de sistemas que pretenden definirla desde arriba. Mientras la modernidad cartesiana nació como un ejercicio íntimo de duda y libertad interior, pensadores actuales como Markus Gabriel proponen un retorno a una objetividad que, bajo apariencia pluralista, funciona como una nueva forma de autoridad intelectual. Descartes concebía la verdad como algo que cada sujeto debía descubrir mediante la duda metódica, insistiendo en que su método no era un dogma sino un relato personal de investigación. Su proyecto filosófico se basaba en la libertad del pensamiento y en la destrucción voluntaria de las opiniones heredadas para reconstruir el conocimiento desde la experiencia del “yo”. En contraste, Markus Gabriel sostiene que el pensamiento es un sentido biológico que capta hechos objetivos, lo que convierte la verdad en algo naturalizado y obligatorio. Esta postura implica que quien no percibe esos supuestos hechos no discrepa, sino que sufre una especie de ceguera cognitiva. Bajo un lenguaje pluralista, Gabriel establece un marco donde él mismo define los “campos de sentido” y determina qué cuenta como real, reproduciendo una estructura hegeliana en la que un observador privilegiado legisla la verdad. Esta lógica recuerda a las apropiaciones que el fascismo hizo de Hegel y Nietzsche, donde la verdad absoluta se convertía en una exigencia política y moral. Junto a Gabriel, otros filósofos del siglo XXI conforman un bloque que pretende restaurar la autoridad de la verdad objetiva. Maurizio Ferraris defiende la inemendabilidad de la realidad, presentándola como un muro contra el que el pensamiento solo puede chocar, anulando la mediación subjetiva. Quentin Meillassoux propone un absoluto independiente del sujeto, lo que sitúa la verdad fuera de la experiencia humana y otorga al filósofo el papel de intérprete exclusivo de ese “gran afuera”. Nick Land, desde el aceleracionismo, convierte la tecnología y el capital en fuerzas autónomas que arrasan con la voluntad humana, reproduciendo dinámicas de poder similares a las del totalitarismo del siglo XX. Frente a estos sistemas que buscan imponer una estructura única de lo real, la figura de Descartes aparece como un recordatorio de la importancia de la duda y la libertad interior. Su filosofía no pretende legislar la verdad, sino mostrar un camino personal que cada individuo debe recorrer por sí mismo. Mientras los nuevos legisladores del pensamiento presentan sus sistemas como evidencias objetivas que deben aceptarse, la meditación cartesiana reivindica la autonomía del sujeto y la necesidad de cuestionar cualquier pretensión de verdad absoluta.