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El Cerro de Andévalo es un pueblo de tradición minera que pertenece al Andévalo profundo, en el centro de la provincia de Huelva. Su fama se debe a su riquísimo folclore, que ha sabido potenciar y conservar: las “Folías”, el “Poleo”, los “Fandangos” y la tradición de las Jamugueras. El Cerro de Andévalo debe su nombre a la pequeña elevación, a 296 metros sobre el nivel del mar, en cuyo regazo se asentó el primitivo núcleo de población. Es un municipio que atesora en su término paisajes que evocan tiempos en los que la minería era el alma de estas tierras y de sus gentes. Esta bella población se encuentra inmersa en un paisaje que participa plenamente de las condiciones biogeográficas de la comarca del Andévalo, esa comarca que según cuenta la leyenda fueron hechas por el demonio mientras Dios descansaba, así se intentaba justificar la dureza del terreno andevaleño. Restos de dehesas de encinas y alcornoques, con abundante matorral noble y monte bajo de jaguarzo, romero y jara, compiten con extensísimas manchas de pinos y eucaliptos, fruto de antiguas repoblaciones que trataron de paliar los desmanes de la deforestación causada durante los años de la minería. La flor de la jara adorna un paisaje donde proliferan perdices, conejos y sobre todo, el jabalí, animal emblemático de estas tierras. Un largo proceso histórico ha tenido que transcurrir hasta llegar al actual Cerro de Andévalo, el núcleo de población que aparece en estas imágenes. En 1251, tras su conquista a los árabes, el “ Rey Santo” concedió a Sevilla el privilegio de posesión sobre grandes extensiones de tierras y lugares, entre los que se encontraba Andévalo, confirmado dos años después por el “Sabio Rey”. Cabeza y lugar de Andévalo sirvieron para denominar un extenso territorio: Campo y Cerro de Andévalo. Según noticias de fuentes eclesiásticas, en 1387, dos lugares de la región del Campo de Andévalo están despoblados: El Cerro y La Nava. Cuarenta años más tarde, en 1427, ya está poblado El Cerro, aunque precariamente, pero debió tener vida concejil porque poseía cárcel. Fue destruido en 1479 con ocasión de las guerras entre Castilla y Portugal. Para conocer documentalmente un nuevo poblamiento, ya definitivo, ha de esperarse hasta 1502. El Cerro de Andévalo es un municipio tranquilo cuyo casco urbano sobresale por el blanco inmaculado de su caserío y por el rojizo de sus tejados. Uno de sus puntos neurálgicos es la Plaza de El Cristo, rodeada por casas de construcción típicas en el Andévalo; otra, la Plaza de España, engrandecida por la esbelta figura de la Iglesia Parroquial de Santa María de Gracia, con su alta torre, compendio de varios estilos arquitectónicos que arrancan en el siglo XVI de la mano de Hernán Ruiz. De origen mudéjar, las posteriores modificaciones renacentistas y barrocas le otorgan un sello de inconfundible valor. Otros monumentos históricos de interés son la Ermita de la Trinidad, también del siglo XVI, actualmente utilizado como centro de actividades culturales, y la Ermita de la Virgen de los Dolores, localizada a un lado del cementerio municipal, como bien se aprecia en las imágenes. Y fuera del núcleo de población destacamos la Ermita de San Benito Abad, a varios kilómetros de la aldea cerreña de Montes de San Benito. En esta ermita, publicada recientemente en este canal, tiene lugar cada primer domingo de mayo la romería más antigua de la provincia de Huelva. Otros momentos festivos del Cerro son: la Feria, que se celebra el primer fin de semana de agosto, y la Verbena de San Bartolomé, que se celebra el tercer fin de semana de agosto. Ambas fiestas son la excusa para el encuentro entre los vecinos residentes en El Cerro y aquellos que tuvieron que marchar de su pueblo por diversos motivos y que regresan en estas señaladas fechas. Estas reseñadas fiestas son los momentos ideales y oportunos para degustar su rica gastronomía, fruto de una economía agropecuaria: la caldereta, el caldo sanbenitero, el potaje de gurumelos, las migas, etc., y la “quesá”, queso fresco que se elabora casi por encargo y que es costumbre tomar con el café de la tarde. Y no hay mejor café que tomarlo en este marco real y simbólico, histórico y artístico, folclórico y maravilloso, corazón de los corazones andevaleños.