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La Fórmula 1 se asoma a 2026 envuelta, otra vez, en una controversia técnica que huele a déjà vu. El nuevo reglamento de motores reduce la relación de compresión máxima de 18:1 a 16:1, con una norma clara sobre el papel: ningún cilindro puede superar ese límite y la medición se hará en condiciones estáticas, a temperatura ambiente. El problema es precisamente ese detalle. En la letra pequeña ha aparecido una laguna que Mercedes y Red Bull Racing habrían sabido explotar: cumplir el 16:1 en frío, pero permitir que, una vez el motor alcanza su temperatura real de funcionamiento, la dilatación térmica de ciertos componentes eleve la compresión efectiva. Legal en el banco, más agresivo en pista. Las cifras explican por qué el paddock está en pie de guerra. Volver de facto a una compresión cercana a 18:1 puede suponer alrededor de 10 kW extra, unos 13 caballos, que en Fórmula 1 se traducen en varias décimas por vuelta y, además, en mayor eficiencia de combustible. Incluso en una era donde el peso del sistema híbrido será mayor, ese margen puede marcar diferencias estratégicas desde el primer Gran Premio. No es extraño que Ferrari, Audi y Honda hayan levantado la mano de inmediato, alertando a la FIA de que, aunque se cumpla la medición en frío, el espíritu de la norma —y el principio de cumplir el reglamento “en todo momento”— podría estar siendo vulnerado. La respuesta inicial de la FIA ha sido tan clara como incómoda: el reglamento dice lo que dice, la medición está definida en condiciones estáticas y, hoy por hoy, no contempla comprobaciones a temperatura de operación. En consecuencia, si un motor pasa las pruebas en frío, será considerado legal. La Federación admite que la expansión térmica existe, pero se refugia en la literalidad de la norma y pospone cualquier ajuste para el futuro. Traducido al lenguaje del paddock: no habrá intervención antes de 2026. Cambiar ahora el método de medición sería casi inviable, con motores ya cerrados y homologados, y podría provocar un caos técnico y político mayor que el problema que se intenta evitar. Este escenario ha reabierto heridas que nunca cerraron del todo. El paralelismo con el caso Ferrari 2019 es inevitable. Entonces, la Scuderia fue señalada por un presunto truco con el flujo de combustible. La FIA reaccionó tarde, investigó a puerta cerrada y terminó anunciando un acuerdo confidencial que no declaró ilegalidad alguna, pero que coincidió con un desplome brutal del rendimiento de Ferrari en 2020. Aquella gestión, opaca y polémica, generó indignación colectiva y una sensación de justicia aplicada en la sombra. Hoy el contraste es llamativo. En el caso de la compresión “variable”, la FIA actúa con más transparencia inicial: explica públicamente cómo interpreta la norma y deja claro que no habrá castigos inmediatos. Sin embargo, esa franqueza expone otra crítica igual de grave: la permisividad. Donde antes hubo mano dura técnica pero silencio público, ahora hay claridad… para justificar la inacción. Para muchos fabricantes, el mensaje es demoledor: 2026 podría empezar con una ventaja estructural para Mercedes y Red Bull, mientras el resto se ve obligado a aguantar y pensar en 2027. El trasfondo va más allá de una cifra de compresión. Lo que está en juego es la credibilidad del regulador. Cuando Ferrari estuvo bajo sospecha, la FIA forzó cambios drásticos —aunque sin explicarlos— y el castigo se sintió en la pista. Con Mercedes y Red Bull, potencias actuales del campeonato, la Federación parece optar por la estabilidad y el “ya veremos”, aun a costa de tolerar una solución que muchos consideran contraria al espíritu del reglamento. La conclusión es incómoda pero difícil de esquivar. La FIA vuelve a quedar bajo la sombra de la doble moral: actuar con dureza discreta cuando el implicado es uno, y con tolerancia explícita cuando los protagonistas son otros. Si en 2026 la parrilla se inclina desde el inicio por una laguna reglamentaria conocida y asumida, la sensación de agravio comparativo será inevitable. Y en un deporte que vive de la idea de que todos compiten con las mismas reglas, esa percepción puede ser tan dañina como cualquier trampa probada. La pelota está, otra vez, en el tejado de la FIA, y su imparcialidad vuelve a estar a examen.