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Harry Burns (Billy Cristal) y Sally Albright (Meg Ryan) son dos estudiantes universitarios que se conocen por casualidad, cuando ella se ofrece a llevar Harry en su coche. Durante el viaje hablan sobre la amistad entre personas de diferente sexo y sus opiniones son absolutamente divergentes: mientras que Harry está convencido de que la amistad entre un hombre y una mujer es imposible, Sally cree lo contrario. A pesar de ello, pasan los años y su relación continúa. El que probablemente sea el orgasmo más icónico de la historia del cine ni siquiera estaba en el primer borrador de guión de Cuando Harry encontró a Sally (Rob Reiner, 1989). Por no estar, ni siquiera estuvo en la versión que algunas aerolíneas ofrecían a bordo de sus aviones. Ya saben, una escena de altos vuelos que, como el alcohol, subiría vertiginosamente la libido a 10.000 metros de altura. La idea de fingir el orgasmo, por obra y gracia de su protagonista, llevó a Meg Ryan y Billy Crystal a una de las mesas del restaurante Katz's Delicatessen, en el número 205 de la calle East Houston de Manhattan, en Nueva York, donde sus famosos sándwich de pastrami, elaborados desde 1888, vieron emerger el negocio a partir de la instalación de una placa que animaba a vivir la misma experiencia sensorial que erotizó aquel símbolo femenino de la comedia romántica de los años 90. Nominada al Oscar al Mejor Guión Original en la edición de 1990 gracias al libreto de Nora Ephron, la película de Rob Reiner, que encadenó cuatro años brillantes con los estrenos de Cuenta conmigo, La princesa prometida, Cuando Harry encontró a Sally y Misery, respiraba la frescura de unos diálogos que encontraron en la química de sus personajes el pretexto perfecto para hablar de amistades con derecho a roce, de guerra de sexos y, por qué no, de orgasmos fingidos... con cameos familiares incluidos.