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La historia humana siempre es atractiva, (dirían algunos siempre vende) e ir siguiendo como en una película la narrativa de la vida de un corredor es apasionante, como la misma carrera. Escuchar a cada corredor relatar detalles de sus vivencias y la experiencia adquirida a cada paso, nos demuestra que el que quiere puede. Sea cual sea el precio, ellos van por todo hasta ver en sus manos el objetivo perseguido. Ricardo Mejía nos da, no hoy sino toda su vida, una lección de sencillez, a toda prueba. Pese a los alcances personales en una diferencia abismal, entre su origen y sus logros. Una niñez llena de felicidad y pesadas actividades propias del campo para un niño, incluyendo el asistir a la escuela a dos kilómetros de distancia y tener que ir y regresar dos veces cada día. Muchas veces lo hacía corriendo, así como jugando para llegar más rápido. Su transitar por el mundo inicia desde Oaxaca, a la ciudad de México, que a todos recibe, con un sinnúmero de oportunidades, de todos tamaños, matices, pero depende de cada quien elegir lo que quiere ser. Inicia estudios de plomería y al terminar sus clases se iba la pista que se encontraba en las mismas instalaciones. Ahí, es visto por Pedro Miranda, corredor Olímpico en 1972 e inicia un entrenamiento en forma. Ya enganchado en la carrera, durante 16 años dedica buena parte del día a la venta de tamales, lo que le deja poco tiempo para su preparación. “Si terminas temprano te vas” Le decía su papá. De cualquier manera busca el modo de seguir adelante y es así como corre en diversas distancias en eventos de pista, y de todas la que le gustaba más era el 3000 steeplchase. Pese a su estatura y que lo buleaban, por lo mismo sus compañeros. Con los resultados obtenidos en pista y calle, por fin encuentra lo suyo. Las carreras de Montaña y de ahí a conquistar el mundo y sus cinco continentes literalmente. Con ustedes Ricardo Mejía Hernández El rey, a lo largo y lo alto, de las montañas.