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La soledad de Géminis nace con el primer destello de Mercurio sobre el cielo dividido. No es una soledad de ausencia, sino de exceso: demasiadas voces cruzando el mismo pecho, demasiados caminos abiertos a la vez, demasiadas palabras esperando turno para existir. En la bóveda celeste, Géminis fue marcado por la duplicidad sagrada, no como castigo sino como don, y todo don de esa magnitud trae consigo un peso silencioso. Mientras otros signos avanzan con un solo estandarte, Géminis marcha con dos, y en esa doble marcha aprende temprano que no siempre hay compañía para quien ve el mundo desde más de un ángulo al mismo tiempo. En los mitos antiguos, los gemelos celestes aprendieron a hablar con los dioses antes de aprender a callar. La palabra fue su espada y su refugio, su puente y su muralla. Así, la soledad de Géminis no se manifiesta como encierro, sino como tránsito perpetuo. Está rodeado de rostros, de historias, de risas compartidas, y aun así hay un hilo invisible que lo separa del centro de la escena. Ese hilo es la conciencia de la multiplicidad: saber que cada encuentro podría haber sido otro, que cada conversación es apenas una versión posible entre infinitas. En esa lucidez hay vértigo, y en el vértigo, silencio. Géminis aprende a ser mensajero entre mundos que no siempre se entienden. Lleva noticias del corazón a la mente y de la mente al corazón, pero rara vez se detiene a habitar uno solo. Esa función mercurial lo vuelve indispensable y, al mismo tiempo, solitario. Quien siempre traduce corre el riesgo de no ser escuchado en su lengua original. Por eso, la soledad geminiana se parece a una biblioteca infinita donde todas las puertas están abiertas, pero ninguna es hogar definitivo. El eco de los pasos resuena con inteligencia, con humor, con rapidez, y aun así hay noches en las que la luna observa a Géminis conversando consigo mismo como si fuera un antiguo ritual. Épica es la travesía de este signo porque no combate dragones visibles, sino la dispersión del alma. Cada día es una campaña para reunir los fragmentos, para elegir una voz sin traicionar a las otras, para comprometerse sin perder la libertad del movimiento. En los campos de batalla del tiempo, Géminis demuestra valentía al quedarse cuando todo impulsa a irse, al profundizar cuando la superficie resulta más cómoda, al callar cuando la palabra podría ser usada como escape. Esa es su gesta secreta, escrita no en mármol sino en aire.