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Un día en Auschwitz-Birkenau comenzaba con el sonido ensordecedor de los silbatos y los gritos de los guardias. Desde el amanecer, miles de prisioneros eran obligados a salir de sus barracas heladas, mal construidas y superpobladas, para formar filas interminables en el patio de recuento. Allí permanecían de pie durante horas, bajo el frío extremo o el calor sofocante, sin importar su estado de salud. Muchos caían agotados antes de que el día siquiera empezara, y eran golpeados o ejecutados en el acto. Tras el recuento, los prisioneros eran enviados a realizar trabajos forzados. Algunos eran destinados a fábricas vinculadas al esfuerzo de guerra alemán, otros a la construcción de carreteras o a cargar materiales pesados. La mayoría sufría jornadas de más de doce horas con apenas alimento en el estómago. El hambre era insoportable: la ración diaria consistía en una sopa aguada y un trozo de pan duro, insuficiente para resistir las condiciones extremas de esfuerzo físico. La desnutrición y las enfermedades se expandían con rapidez entre los prisioneros. Mientras tanto, el miedo a las selecciones era constante. En cualquier momento, médicos de las SS podían llegar a las filas de prisioneros para decidir quién era “apto” para trabajar y quién debía ir a las cámaras de gas. Para muchos, un simple gesto, una mirada cansada o un movimiento lento significaban la muerte inmediata. Las chimeneas de los crematorios no dejaban de expulsar humo, recordando a todos cuál era el destino final de la mayoría en aquel lugar. El día concluía con otro recuento que, en ocasiones, se alargaba hasta la noche. Los prisioneros regresaban a las barracas, exhaustos, enfermos y con el cuerpo debilitado. Algunos trataban de encontrar fuerzas en la solidaridad con sus compañeros, compartiendo un trozo de pan o unas palabras de aliento. Pero la mayoría se acostaba sabiendo que quizás no vería el amanecer siguiente. Así transcurría un día en Auschwitz-Birkenau, el símbolo más brutal del exterminio nazi, donde la vida se reducía a la lucha desesperada por sobrevivir una jornada más.