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Salomé, Ricarda Merbeth Herodes , Norbert Ernst Herodías, Nancy Fabiola Herrera Jochanaan , Egils Siliņš Una gran terraza junto a la sala del banquete en el palacio de Herodes, tetrarca de Judea, a orillas del Mar de Galilea. Narraboth, joven capitán de la guardia, admira la belleza de la princesa Salomé, quien se halla sentada a la mesa junto a Herodes, su padrastro, y otros integrantes de la corte. Un paje lo previene, con la premonición de que algo horrendo puede suceder si continúa contemplando a la princesa, mientras dos soldados comentan lo que acontece en el banquete, donde algunos invitados discuten sobre temas religiosos. La voz de Jochanaan resuena desde la cisterna donde lo tienen prisionero. El profeta proclama la llegada del Mesías mientras un soldado informa al otro sobre la amabilidad del cautivo y sobre cuánto le teme Herodes. Salomé sale a la terraza, asqueada por las lascivas miradas que le dirige el tetrarca y molesta por la vacuidad de las discusiones de los invitados. Mientras contempla la luna, reflexionando sobre su pureza, vuelve a escucharse la potente voz del profeta. La princesa inquiere a los soldados sobre Jochanaan para culminar conminando a Narraboth a faltar a sus órdenes y cumplir con su deseo: poder hablar con el profeta. Cuando Jochanaan es conducido ante ella, la reacción de espanto inicial de Salomé prontamente devendrá fascinación por sus ojos, su cuerpo, su boca. Él profiere denuncias sobre el incestuoso vínculo entre Herodes y Herodías, madre de Salomé y cuñada del tetrarca. En la medida que el profeta rechaza con vehemencia creciente la mirada y cercanía de la joven, la obsesión de ella crece, hasta que se declara enamorada de la voz y del cuerpo de Jochanaan. A cada nuevo rechazo, Salomé responde con el repudio de la parte física del profeta que acababa de ensalzar, entre ruegos de que la deje tocar sus cabellos, su cuerpo y besar sus labios. Azorado por la falta de temor de la joven, el profeta la llama al arrepentimiento y, al hallar que no tiene límites, la maldice. Horrorizado ante el descontrolado deseo de la princesa, Narraboth termina con su vida, apuñalándose. Indiferente, Salomé continúa rogando un beso de Jochanaan. Herodes llega en busca de la joven y comenta sobre el extraño aspecto de la luna esa noche, mientras Herodías le recrimina las miradas hacia su hija. Al ver la sangre y el cadáver de Narraboth en el suelo, Herodes lo considera un mal presagio e imagina oscuros signos. Sólo se calma al trasladar su atención hacia Salomé, a quien ofrece comida y vino, mientras ella se resiste. Desde la cisterna, vuelve a escucharse la voz del profeta, acusando a Herodías. Ella demanda que lo callen y que el tetrarca lo entregue a los judíos, pero Herodes manifiesta su respeto por Jochanaan, a quien considera un hombre santo. Herodes solicita a Salomé que dance para él. Ante su rechazo, le promete que le otorgará todo lo que ella desee. Finalmente, ante el juramento del gobernante de que cumplirá con su palabra, la joven accede. Desoyendo las súplicas de su madre para que se detenga, la princesa danza seductoramente para su padrastro. Al culminar, el gozo de Herodes se vuelve espanto cuando Salomé le solicita que le entregue la cabeza de Jochanaan en una bandeja de plata. Herodes le ofrece aún la mitad de su reino, pero ella le recuerda su juramento. El tetrarca cede y poco después le es entregada a Salomé la cabeza del profeta. Luego de dirigirse al despojo cadavérico, refiriéndose a cada parte de aquel cuerpo que no pudo poseer en vida, el clímax se produce cuando al fin besa sus labios. Herodes, horrorizado, ordena a sus soldados que maten a Salomé.