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La ciudad de Pollentia emerge del pasado como un testamento vivo de las vicisitudes que ha enfrentado a lo largo de los siglos. Su historia resuena en los susurros del viento que acarician las ruinas, recordándonos que, incluso en la grandeza de la Roma antigua, se tejieron dramas y hazañas que dejaron una huella imborrable. Enclavada en la costa noroeste de Mallorca, Pollentia se erige como un bastión que desafiaba las aguas turbulentas del Mediterráneo, protegida por atalayas que custodiaban el horizonte. Bajo la sombra de las legiones romanas, la ciudad vio desvanecerse el miedo que los piratas habían sembrado en sus calles. El teatro, modesto pero lleno de vida, se erige como un símbolo de la resiliencia de su gente, un lugar donde las risas y el arte desafiaron la amenaza constante del mar. El rugido del mar Mediterráneo cuenta la historia de las águilas de Roma que, en el siglo II a.C., alzaron su mirada hacia Mallorca. Esta isla, como una cuña entre Roma e Hispania, desafiaba las conexiones que el imperio buscaba establecer. Los comerciantes púnicos de Ibiza, viviendo un breve apogeo, se encontraron con la mirada feroz de Roma después de la caída de Cartago y la devastación de Numancia. En el año 123 a.C., Quinto Cecilio Metelo desembarcó en Mallorca, aprovechando la presencia de piratas como pretexto. Su victoria sobre los nativos feroces marcó el nacimiento de Pollentia y la construcción de dos ciudades costeras: Palma y la propia Pollentia. Bañada en gloria, Pollentia ocupó entre 15 y 20 hectáreas, convirtiéndose en un faro de documentación arqueológica que narra la época tardorrepublicana en las Islas Baleares. La arqueóloga Margarita Orfila, guardiana de los secretos enterrados, desvela las capas de historia acumuladas en las excavaciones. Desde cerámica talayótica hasta el esplendor del Foro, el corazón administrativo de Pollentia, cada piedra susurra los ecos de una civilización que sabía cómo construir, cómo resistir y cómo dejar su huella en la historia. El teatro, testigo de risas y tragedias, se erige cerca de los arrabales y los barrios pobres. Construido para el deleite de colonos y la población nativa que abrazaba el latín, sus gradas se convirtieron en una necrópolis silenciosa cuando los siglos pasaron. La piratería que alguna vez amenazó el Mediterráneo encontró su fin con la diadema imperial de Augusto, pero nuevas sombras se cernían en el horizonte: las invasiones bárbaras. El imperio romano de Oriente, bajo Justiniano I, enfrentó a los vándalos, convirtiendo a Genserico en una figura derrotada y anexando su reino. Sin embargo, para el año 535 d.C., Pollentia ya era una sombra de su esplendor pasado, marcada por un incendio devastador en el siglo III y sumida en el olvido a partir del siglo X. Hoy, mientras se desentierran los tesoros de Pollentia, desde domus hasta estandartes cívicos, se vislumbra una conexión íntima con el pasado. La emocionante tarea de preservar y compartir esta rica historia se manifiesta en el proyecto del Centro de Arqueología de Mallorca, que buscará dar hogar y visibilidad a cada objeto que yace en silencio, testigo silente de una ciudad que desafió las mareas del tiempo.