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Vamos a realizar un recorrido, recrearnos, por los amplios paisajes del antiguo “Campo del Andévalo”, en este caso por el término municipal de Puebla de Guzmán, en la provincia de Huelva. Partimos de unos terrenos aplanados, donde solo algunos cerros aislados interrumpen la planitud de los campos de jaras y dehesas. Nos atrevemos a “conquistar” uno de esos cerros, y no un cerro cualquiera, sino que es ni más ni menos que el Cerro del Águila, también llamado La Peña, situado a 397 metros de altitud y ubicado a unos 4 kilómetros del núcleo urbano del municipio onubense de Puebla de Guzmán. Unos materiales duros de cuarcitas y granitos, que han resistido mejor la erosión, nos miraban con recelo mientras defiende su joya mimada, sin olvidar aquellos tiempos pretéritos donde romanos y árabes ocuparon sin discontinuidad este espacio, dejando algunos vestigios en forma de lápidas e inscripciones. Curiosos, quisimos averiguar qué tesoros guardan en sus regazos esas ciclópeas rocas. Nos sorprendimos al observar la preciosa ermita de la Virgen de la Peña: pequeña, blanca, coqueta pero a la vez sencilla y recogida, insinuando su planta de cruz latina. Construida sobre los siglos XV-XVI sobre los restos de una pequeña fortaleza musulmana, habiendo sufrido posteriores reformas, esta ermita-santuario de Nuestra Señora de la Virgen de la Peña es lugar de peregrinación de los puebleños y de otros muchos onubenses. En su interior se halla la figura de la Virgen de la Peña. Es tradición popular adscribir la aparición milagrosa de una virgen, cuyo único testigo sea un hombre de profesión típica de la zona. Ello ocurre, una vez más, con la mitología mariana de la Virgen de la Peña: fue en 1470 cuando el pastor Alonso Gómez halló dos imágenes de María entre unas piedras en el Prado de Osma (El Almendro), y ordenaron que una de ellas la llevaran al Castillo del Águila; la otra se encuentra en el mismo prado, en la ermita de Piedras Albas (El Almendro). Tenemos el entorno adecuado, una ermita, una virgen a quien venerar y un recinto muy adecuado para momentos festivos, es decir, el caldo de cultivo preciso para la celebración de una romería. Todo está preparado, estamos a punto del ritual festivo, celosamente invariable: el próximo sábado, víspera del último domingo de abril, es cuando se asistirá a la “subida de la caballería” hasta la ermita, convirtiéndose el caballo en pieza fundamental de esta romería. El domingo por la mañana, el cerro aparecerá despejado de caballos para celebrar otro momento brillante: la procesión de la Virgen. Por delante del paso los “lanzaores” bailan la llamada “danza de las espadas”, de origen céltico, al compás del tamborilero y del gaitero. Otro aspecto popular y de gran raigambre es la “comida de los pobres”, que en otros tiempos, cientos de mendigos, mutilados y enfermos recorrían muchos kilómetros en busca de la caridad y con la garantía de comer carne. Hoy, son personas de toda índole las que esperan, después de la procesión, degustar una sabrosa y típica caldereta. La fiesta acabará el martes próximo, día que tendrá lugar la elección de los nuevos Mayordomos para el año siguiente. Nosotros seguimos nuestro recorrido y, al borde del precipicio, observamos una ordenada arboleda de eucaliptos repoblados, derramados por las laderas del cerro. Oteamos el horizonte y divisamos un impresionante paisaje de buena parte del Andévalo. Ya es hora de bajar de los riscos de cuarcitas y granitos y volver a los llanos y piedemontes de pizarras y grauvacas para despedirnos de este emocionante viaje.