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Un grupo de jóvenes ricos pensó que podía humillar a una simple camarera sin consecuencias. Rieron, la insultaron y la hicieron sentir menos… Lo que nadie imaginaba era que el dueño del restaurante lo había visto todo. Lo que nadie imaginaba era que el dueño del restaurante lo había visto todo. Cuando se acercó a su mesa, con una mirada fría y una decisión implacable, lo que hizo después dejó a todos sin palabras. Nadie podía creer lo que acababa de ocurrir… y lo peor aún estaba por venir. El sol se escondía tras los cerros de Guanajuato, tiñendo el cielo de tonos ámbar y violeta. La ciudad, con sus callejuelas empedradas y sus balcones llenos de bugambilias, comenzaba a iluminarse con las farolas antiguas. Entre los muchos restaurantes que adornaban el centro, "El Encanto de San Miguel" destacaba por su elegancia y su cocina excepcional. Esa noche, como muchas otras, Mariana se preparaba para un turno agotador. A sus 24 años, la vida no le había sido fácil. Desde la muerte de su madre, había tenido que dejar sus estudios y dedicarse a trabajar para cuidar de su hermano menor, Santiago. A pesar de las dificultades, siempre mantenía una sonrisa en el rostro y un trato amable con los clientes. —"¡Mariana, mesa seis!" —le avisó Claudia, otra camarera. Mariana ajustó su delantal y tomó aire antes de acercarse a la terraza del restaurante. En la mesa seis, un grupo de cuatro jóvenes bien vestidos y de actitud arrogante reía y conversaba en voz alta. Eran hijos de empresarios importantes de la ciudad, conocidos por su riqueza y por su falta de humildad. —"Buenas noches, bienvenidos a ‘El Encanto de San Miguel’. ¿Les puedo tomar la orden?" —preguntó Mariana con su característico tono amable. Uno de los jóvenes, Leonardo, un muchacho de mirada altiva y sonrisa burlona, la miró de arriba abajo antes de responder. —"A ver, mesera… ¿tú has probado algo de este menú? ¿O solo puedes olerlo desde la cocina?"