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Damián Soto es el mejor en su campo. Un exmilitar de élite convertido en guardaespaldas de alto nivel, es una sombra impenetrable, un hombre regido por una única y férrea regla: nunca, jamás, involucrarse emocionalmente. Su reputación de ser frío como el acero y eficaz como una bala es precisamente lo que lleva a Sofía Luna a contratarlo. Sofía es una periodista de investigación incisiva que está a punto de publicar una historia que podría derribar a uno de los hombres más poderosos del país. Tras recibir amenazas cada vez más directas y aterradoras, su vida depende de la protección de Damián. Para Damián, es solo otro trabajo. Pero desde el momento en que entra en el pequeño apartamento de Sofía, la misión se complica. Ella es terca, se niega a abandonar su investigación y odia la sensación de estar encerrada, desafiando sus protocolos de seguridad a cada paso. Él, acostumbrado a la obediencia ciega, se encuentra en una constante batalla con esta mujer que no solo cuestiona sus órdenes, sino que con su valentía y pasión, empieza a derribar uno a uno los muros que ha construido alrededor de su corazón. La convivencia forzada, la tensión de la proximidad constante y el peligro compartido crean una intimidad que ninguno de los dos esperaba. El aire entre ellos crepita con una atracción innegable, expresada en miradas robadas y roces accidentales que queman más que el peligro que los acecha. Sin embargo, ambos se aferran a sus roles: él, el protector; ella, la protegida. Todo se derrumba con la aparición de Ricardo, un antiguo colega y amigo cercano de Sofía. Es el único en quien ella confía para recibir información clave para su artículo. Damián lo observa todo desde la distancia: la facilidad de su risa, la familiaridad de sus gestos, la forma en que Ricardo le toma la mano para darle ánimo. Una noche, escondido en la penumbra mientras vigila una de sus reuniones secretas, Damián ve a Ricardo abrazar a Sofía con ternura. En ese instante, una ola de celos salvajes y primitivos lo golpea con la fuerza de un huracán, anulando todo su entrenamiento y disciplina. La ira que siente no tiene nada de profesional; es personal, visceral y posesiva. Damián comprende con una claridad brutal que la verdadera amenaza para él no es el asesino que acecha en las sombras, sino el hombre que le está ofreciendo a Sofía la calidez y la conexión emocional que él juró nunca dar. De repente, su misión ya no es solo salvarle la vida; es asegurarse de ser él a quien ella mire así, aunque para ello deba romper la única regla que lo ha mantenido a salvo toda