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Carta audiovisual. En el marco del curso: Realización cinematográfica/Fundación cineteca Vida. Julio, 2021. Campamento Patiño, 17 de julio del 2021. Carta regresiva Entre montañas, volcanes y minas Han pasado 18 días desde mi arribo a las tierras alto andinas en Bolivia. La particularidad, a primera impresión, es la grandeza de las montañas y los volcanes subterráneos que calientan una parte de la cadena del macizo andino abrigando ríos de vapor, preñados de estaño, zinc y oro. Elementos que mezclándose con diversos componentes como el azufre dan la impresión que no es agua sino sangre la que sale del interior de la tierra. Como si la montaña le perteneciera al mismo demonio. A 4700 metros sobre el nivel del mar, se encuentra la parte más alta de la montaña, ceñida por una gran capa protectora de piedra que cubre los minerales en mayor medida compuesta por Wolfrang. Es tan sólida como lo es el caparazón para un quirquincho. Allí los mineros no solo combaten el frío sino se enfrentan a su propia sobrevivencia. Aún sabiendo de las circunstancias adversas, las ansias de riqueza y poder invade los corazones de los mineros. Como alguna vez pasó con los españoles y la plata del gran Potosí hace ya, cinco siglos atrás. Aún hoy, las profundidades del inframundo siguen siendo deseadas y codiciadas por los hombres en busca de fortuna. Como si el tiempo fuese eterno, la vida de sus familias en el campamento, no solo está acostumbrada al frio, sino al desdén. El demonio parece haberse comido los corazones de los humanos escarpados que apenas tienen aliento para moverse. Los días parecen ser los mismos, monótonos, fríos y nostálgicos como el viento del ocaso que golpea el rostro. Los mineros luego de haber trabajado una jornada que comienza entre la media noche y la madrugada haciendo detonar dinamitas, ensanchando socavones y extrayendo el botín hacia la superficie, son ayudados por mujeres palliris que limpian y seleccionan los minerales. Todos inician su descanso cuando el sol está naciendo y cuando está a punto de ocultarse, los mineros salen nuevamente de sus miserables chozas de piedra y se dirigen hacia las cantinas abarrotadas de licores baratos que queman con pesadumbre y melancolía sus espíritus. Como si se tratara de gusanos, los trabajadores vuelven a su jornada en plena obscuridad de media noche. Dándole de comer y beber al supay, ese ser misterioso que gobierna las profundidades de nuestro mundo. Ingresan al socavón invocando a ese ser supremo los cuide, que, como todos los días, decidirá nuevamente quien entra y sale con vida de su montaña de eterna obscuridad.