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La relación entre las fases lunares y el cultivo de plantas es una tradición ancestral respaldada por generaciones de agricultores y estudiosos. Según esta sabiduría práctica, el ciclo lunar influye directamente en procesos vitales de las plantas, como la germinación, el desarrollo foliar y la resistencia a plagas, lo que ha llevado a muchos a alinear sus labores agrícolas con el ritmo cósmico. Durante la Luna Nueva, cuando la energía lunar es más sutil, se recomienda enfocarse en tareas de preparación: labrar la tierra, abonar o sembrar semillas de raíz (zanahorias, papas), aprovechando el "reposo energético" que, según la creencia, estimula un enraizamiento robusto. En la fase creciente, conforme la luna gana luminosidad, la savia de las plantas se activa hacia las partes aéreas. Este período es ideal para trasplantar, podar ramas jóvenes o sembrar especies de fruto y hoja (tomates, lechugas), ya que se cree que el crecimiento vegetativo se acelera bajo esta influencia. La Luna Llena, con su energía en plenitud, marca un momento de alta sensibilidad para las plantas. Aunque se desaconsejan siembras y podas para evitar estrés o plagas, es el momento óptimo para cosechar flores, hierbas aromáticas o frutos, pues su sabor y aroma alcanzarían su máxima intensidad, según la tradición. Finalmente, en la fase menguante, cuando la luna pierde visibilidad, la energía se concentra bajo tierra. Este ciclo es clave para fortalecer raíces: podar plantas enfermas, aplicar abonos orgánicos o sembrar bulbos, ya que se dice que la savia retorna a la base, favoreciendo la regeneración y la absorción de nutrientes. Al integrar estas prácticas al calendario lunar agrícola, muchos aseguran lograr cosechas más abundantes y plantas resilientes, combinando el conocimiento empírico con la observación meticulosa de la naturaleza.