У нас вы можете посмотреть бесплатно En El Testamento, Mi Hija Esperaba Todo . Hasta Que Leyó La Última Página Y Palideció или скачать в максимальном доступном качестве, видео которое было загружено на ютуб. Для загрузки выберите вариант из формы ниже:
Если кнопки скачивания не
загрузились
НАЖМИТЕ ЗДЕСЬ или обновите страницу
Если возникают проблемы со скачиванием видео, пожалуйста напишите в поддержку по адресу внизу
страницы.
Спасибо за использование сервиса ClipSaver.ru
"Mañana se lee el testamento de papá y finalmente tendré lo que me corresponde. " Esas fueron las palabras que escuché salir de la boca de mi hija Patricia mientras hablaba por teléfono en el jardín de la casa que había sido de su padre. Lo que ella no sabía es que yo estaba parada detrás de la ventana de la cocina, limpiando los platos del desayuno que había preparado para toda la familia después del funeral, y que sus palabras me atravesaron el corazón como dagas filosas. Antes de volver al tema, dinos desde dónde nos estás escuchando y, si esta historia te ha emocionado, asegúrate de suscribirte, porque mañana tengo algo muy especial reservado para ti. Durante cuarenta y tres años fui la esposa devota de Ricardo Mendoza, un hombre trabajador que construyó un pequeño imperio desde la nada. Juntos criamos a Patricia, nuestra única hija, dándole todo lo que nosotros nunca tuvimos. Pero lo que Patricia nunca supo, lo que nadie en mi familia imaginaba, es que la mujer silenciosa que siempre estuvo en segundo plano, la que servía el café y sonreía discretamente en las reuniones familiares, tenía sus propios planes. Y cuando el abogado leyera la última página de ese testamento, mi querida hija descubriría que había subestimado completamente a la mujer que le dio la vida. Mi nombre es Carmen Mendoza y durante décadas fui conocida como la esposa perfecta, la madre abnegada, la mujer que nunca causaba problemas. Vivíamos en Guadalajara, en una hermosa casa colonial que Ricardo había comprado cuando Patricia tenía apenas cinco años. Era una casa con jardines amplios, fuentes de cantera y habitaciones llenas de luz donde nuestra hija creció creyendo que el mundo le debía todo simplemente por existir. Ricardo tenía una empresa de construcción que había comenzado con sus propias manos, levantando casas pequeñas en los barrios populares de la ciudad. Yo lo había conocido cuando él era apenas un joven albañil con grandes sueños y manos callosas, pero con una sonrisa que podía iluminar cualquier habitación. Me enamoré perdidamente de su ambición, de su bondad, de la forma en que hablaba de construir un futuro mejor para la familia que algún día tendríamos. Los primeros años de nuestro matrimonio fueron de pura felicidad y trabajo arduo. Mientras Ricardo pasaba largas jornadas bajo el sol supervisando obras, yo administraba las finanzas de la empresa desde nuestra pequeña casa. Llevaba los libros de contabilidad, pagaba a los trabajadores, negociaba con proveedores y me aseguraba de que cada peso fuera bien invertido. Era un equipo perfecto, una sociedad construida sobre amor mutuo y objetivos compartidos. Cuando nació Patricia, pensé que mi corazón se iba a salir del pecho de tanta alegría. Era una bebé hermosa, con los ojos verdes de su padre y mi cabello castaño ondulado. Desde el primer día prometí que nuestra hija tendría todas las oportunidades que nosotros habíamos tenido que crear con tanto esfuerzo. Quería que creciera segura, amada, sin conocer las limitaciones económicas que Ricardo y yo habíamos enfrentado en nuestras propias infancias. Durante los primeros años de vida de Patricia, yo dividía mi tiempo entre cuidarla y seguir ayudando a Ricardo con el negocio. Por las mañanas, después de preparar el desayuno y alistar a mi esposo para el trabajo, me sentaba en la mesa del comedor con Patricia en mi regazo, revisando facturas y haciendo llamadas a clientes mientras ella jugaba con sus muñecas. Por las tardes, cuando ella dormía su siesta, aprovechaba para organizar los documentos de la empresa y planificar los siguientes proyectos. La empresa de Ricardo creció más rápido de lo que habíamos imaginado. Su reputación como constructor honesto y trabajador se extendió por toda la ciudad. Pronto comenzaron a llegarnos contratos más grandes, proyectos más ambiciosos. Pasamos de construir casas pequeñas a desarrollar fraccionamientos completos. Los ingresos aumentaron considerablemente y con ellos llegaron comodidades que antes solo habíamos soñado. Pero el éxito también trajo cambios en nuestra dinámica familiar. Ricardo comenzó a pasar más tiempo fuera de casa, supervisando múltiples obras al mismo tiempo, reuniéndose con inversionistas, expandiendo su red de contactos. Yo entendía que era necesario para el crecimiento del negocio, pero también significaba que me quedaba sola con Patricia durante largas horas, encargándome no solo de su crianza sino también de mantener funcionando la parte administrativa de la empresa. Patricia creció rodeada de lujos que nosotros nunca habíamos tenido. Tenía su propia recámara decorada como un palacio de princesas, un closet lleno de vestidos importados, juguetes caros que pedía y recibía sin cuestionamientos. Para su quinto cumpleaños, Ricardo contrató un castillo inflable, magos, payasos y un banquete que costó más de lo que nosotros habíamos gastado en nuestra propia boda.