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Él solo quería defender a una cliente de la crueldad gratuita. No sabía que aquella mujer de apariencia sencilla era la crítica gastronómica más poderosa del país. Cuando ella descubrió que él criaba a dos hijos solo mientras trabajaba turnos dobles, vio algo que todos sus restaurantes de lujo jamás le habían mostrado: la verdadera dignidad. Antes de continuar con esta historia, dale me gusta, suscríbete al canal, activa la campanita y dime en los comentarios desde dónde estás viendo. El aroma a café recién hecho llenaba la pequeña cocina mientras Diego Morales preparaba el desayuno de sus hijos. Las manecillas del reloj marcaban las 5:30 de la mañana. En dos horas comenzaría su turno en el restaurante La Estrella, pero antes debía asegurarse de que Mateo y Sofía estuvieran listos para el colegio. "Papá, ¿hoy también trabajas hasta tarde?", preguntó Mateo, un niño de nueve años con ojos demasiado sabios para su edad. Diego sintió la familiar punzada de culpa que lo acompañaba cada día. "Solo hasta las once, campeón. La señora Remedios vendrá a cuidarlos después del colegio." Sofía, de seis años, bajó las escaleras arrastrando su mochila. "Extraño cuando cenábamos juntos todos los días." Diego se agachó para quedar a su altura, secándose las manos en el delantal que había olvidado quitarse. "Lo sé, princesa. Pero papá está ahorrando para algo especial." "¿Para qué?", preguntaron ambos al unísono. "Ya lo verán", sonrió, aunque la verdad era que estaba ahorrando para pagar las deudas que había dejado Elena cuando se marchó hace dos años. Las facturas del hospital, los préstamos que ella había tomado sin decirle, todo había caído sobre sus hombros cuando ella decidió que "la vida de madre no era para ella". La casa era pequeña pero impecable. Diego había aprendido que el orden y la limpieza no costaban dinero. Las paredes necesitaban pintura y el sofá tenía remiendos cuidadosos, pero todo brillaba de pulcritud. Era una cuestión de dignidad, se repetía cada mañana al fregar el piso antes de que los niños despertaran. "Papá, el maestro Carlos preguntó por qué nunca vas a las reuniones de padres", comentó Mateo mientras untaba mermelada en su tostada.