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Historia de los Patriarcas y Profetas. Capítulo 43—La muerte de Moisés https://inspiredbooksone.blogspot.com... Si la vida de Moisés no se hubiera manchado con aquel único pecado que cometió al no dar a Dios la gloria de sacar agua de la roca en Cades, él habría entrado en la tierra prometida y habría sido trasladado al cielo sin ver la muerte. Pero no permaneció mucho tiempo en la tumba. Cristo mismo, acompañado de los ángeles que enterraron a Moisés, descendió del cielo para llamar al santo que dormía. Satanás se había regocijado por el éxito que obtuvo al inducir a Moisés a pecar contra Dios y a caer así bajo el dominio de la muerte. El gran adversario sostenía que la sentencia divina: “Polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19), le daba posesión de los muertos. Nunca había sido quebrantado el poder de la tumba, y él reclamaba a todos los que estaban en ella como cautivos suyos que nunca serían liberados de su lóbrega prisión. Por primera vez Cristo iba a dar vida a uno de los muertos. Cuando el Príncipe de la vida y los ángeles resplandecientes se aproximaron a la tumba, Satanás temió perder su hegemonía. Con sus ángeles malos, se aprestó a disputar la invasión del territorio que reclamaba como suyo. Se jactó de que el siervo de Dios había llegado a ser su prisionero. Declaró que ni siquiera Moisés había podido guardar la ley de Dios; que se había atribuido la gloria que pertenecía a Jehová -es decir que había cometido el mismo pecado que hiciera desterrar a Satanás del cielo-, y por su transgresión había caído bajo el dominio de Satanás. El gran traidor reiteró los cargos originales que había lanzado contra el gobierno divino, y repitió sus quejas de que Dios había sido injusto con él Cristo no se rebajó a entrar en controversia con Satanás. Pudo haber presentado contra él la obra cruel que sus engaños habían realizado en el cielo, al ocasionar la ruina de un gran número de sus habitantes. Pudo haber señalado las mentiras que había dicho en el Edén y que habían hecho pecar a Adán e introducido la muerte entre el género humano. Pudo haberle recordado a Satanás que él era quien había inducido a Israel a murmurar y a rebelarse hasta agotar la paciencia longánime de su jefe, y sorprendiéndolo en un momento de descuido, le había arrastrado a cometer el pecado que lo había puesto en las garras de la muerte. Pero Cristo lo confió todo a su Padre, diciendo: “¡El Señor te reprenda!” Judas 9. El Salvador no entró en disputa con su adversario, sino que en ese mismo momento y lugar comenzó a quebrantar el poder del enemigo caído y a dar la vida a los muertos. Satanás tuvo allí una evidencia incontrovertible de la supremacía del Hijo de Dios. La resurrección quedó asegurada para siempre. Satanás fue despojado de su presa; los justos muertos volverían a vivir Como consecuencia del pecado, Moisés había caído bajo el dominio de Satanás. Por sus propios méritos era legalmente cautivo de la muerte; pero resucitó para la vida inmortal, por el derecho que tenía a ella en nombre del Redentor. Moisés salió de la tumba glorificado, y ascendió con su Libertador a la ciudad de Dios Nunca, hasta que se ejemplificaron en el sacrificio de Cristo, se manifestaron la justicia y el amor de Dios más señaladamente que en sus relaciones con Moisés. Dios le vedó la entrada a Canaán para enseñar una lección que nunca debía olvidarse; a saber, que él exige una obediencia estricta y que los hombres deben cuidar de no atribuirse la gloria que pertenece a su Creador. No podía conceder a Moisés lo que pidiera al rogar que lo dejara participar en la herencia de Israel; pero no olvidó ni abandonó a su siervo. El Dios del cielo comprendía los sufrimientos que Moisés había soportado; había observado todos los actos de su fiel servicio a través de los largos años de conflicto y prueba. En la cumbre de Pisga, Dios llamó a Moisés a una herencia infinitamente más gloriosa que la Canaán terrenal. En el monte de la transfiguración, Moisés estuvo presente con Elías, quien había sido trasladado. Fueron enviados como portadores de la luz y la gloria del Padre para su Hijo. Y así se cumplió por fin la oración que elevara Moisés tantos siglos antes. Estaba en el “buen monte”, dentro de la heredad de su pueblo, testificando en favor de Aquel en quien se concentraban todas las promesas de Israel. Tal es la última escena revelada al ojo mortal con referencia a la historia de aquel hombre tan altamente honrado por el cielo. Moisés fue un tipo o figura de Cristo. Él mismo había declarado a Israel: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis”. Deuteronomio 18:15. Dios tuvo a bien disciplinar a Moisés en la escuela de la aflicción y la pobreza, antes de que estuviera preparado para conducir las huestes de Israel hacia la Canaán terrenal. ... ...