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Era el juez anterior, Phil, observando la sesión desde la galería, al lado de Michael. Aunque oficialmente apartado del caso, su sombra aún rondaba el proceso como una presencia incómoda. Su frase no fue alta, pero lo suficientemente audible como para añadir una nueva capa de tensión a la sala. Enrique lo escuchó. Pero no reaccionó. No bajó la mirada. No cambió su postura. Simplemente permaneció de pie, mirando fijamente a la jueza. Y en esa mirada, había algo que decía: “Subestímame, si quieres. Pero no digas que no te lo advertí.” La jueza, visiblemente sorprendida, miró los documentos nuevamente, reviso los datos y entonces, con cierto cuidado en la voz, preguntó: — ¿Eres consciente de la responsabilidad que estás asumiendo, chico? Enrique respondió con serenidad: — Soy plenamente consciente, Su Señoría. Estudié el caso, organicé las pruebas, analicé la jurisprudencia y preparé la defensa con base en la ley. Y más que eso: tengo conocimiento de causa. Porque no estoy aquí solo como representante legal. Estoy aquí como testigo de la injusticia. La jueza lo observó durante unos segundos. Estaba acostumbrada a discursos bonitos, palabras ensayadas. Pero había algo en Enrique que iba más allá de lo dicho: era la convicción. El coraje incrustado en cada frase. La certeza de quien no estaba allí solo para cumplir con formalidades. — Muy bien. Tienes derecho a la palabra. Haz tu defensa. Y entonces, el abogado improbable comenzó. No necesitó papel. No necesitó PowerPoint. Empezó hablando de la historia de su madre. Con claridad, sin recurrir al drama. Explicó el contexto de la compra de la casa, los pagos realizados con regularidad, el despido inesperado, los esfuerzos por renegociar. Luego, como un cirujano jurídico, fue directo al grano: atacó las cláusulas del contrato con base legal, señaló abusos, comparó con casos similares, citó fallos judiciales anteriores que anularon contratos parecidos. Mientras hablaba, el rostro del abogado de Michael cambiaba. De una sonrisa burlona a una inquietud visible. De la inquietud al malestar. Y luego, a una expresión que rara vez se veía en ese tipo de entorno: inseguridad. Enrique empezó a conectar los puntos con maestría. Expuso cómo Michael había repetido el mismo patrón en otros contratos: vendía propiedades a personas de bajos recursos, imponía cláusulas abusivas, intereses altísimos y, ante el más mínimo retraso, retomaba las propiedades y las revendía a precios mayores. Era un ciclo. Un esquema. Legal, tal vez, a primera vista. Pero moralmente cuestionable. Y susceptible de ser impugnado judicialmente con una buena argumentación. Con cada frase, la sala se volvía más silenciosa. Lo que empezó como un espectáculo de escepticismo, se transformó en un impacto colectivo. No era un show. Era un hecho. Estaba ocurriendo. Y nadie allí podía negarlo. Julia, sentada en el banco reservado al público, no podía contener las lágrimas. No lloraba de tristeza. Lloraba de algo aún más fuerte: orgullo. El niño que crió sola, que vio crecer entre dificultades y negativas, ahora estaba allí, de pie, enfrentando todo lo que se consideraba inquebrantable. Te sorprenderá lo que sucederá en esta historia. ¡Un giro increíble e inimaginable! ¡Te pido de corazón que dejes tu like y te suscribas al canal!