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Las luces doradas del Salón Cristal del Hotel Presidente bailaban sobre los manteles de seda blanca, cada candelabro reflejando el brillo de los diamantes que adornaban los cuellos de las esposas de los diputados. El aire olía a rosas importadas de Ecuador y al perfume caro que solo las familias de abolengo se pueden permitir. Era la boda perfecta para la hija perfecta de la familia perfecta. Yo no era perfecta. Nunca lo fui. Antes de continuar, ¿desde dónde nos estás siguiendo? Y si esta historia te llega, asegúrate de estar suscrito, porque tengo muchas historias mas preparadas. Desde mi mesa al fondo del salón, observaba a Esperanza deslizarse por la pista de baile como si fuera la reina de México. Su vestido de Palomo Spain ondeaba con cada movimiento, el encaje francés atrapando la luz como si estuviera hecha de estrellas. A su lado, Rodrigo Salinas sonreía con esa confianza que solo da el nacer en cuna de oro. Hijo del dueño de la cadena hotelera más grande del país, heredero de un imperio que se extendía desde Cancún hasta Los Cabos. En la mesa principal, mi padre, Don Aurelio Mendoza, se alzaba como una torre entre los invitados. Su traje de Ermenegildo Zegna no tenía una sola arruga, su bigote perfectamente recortado, sus manos sosteniendo una copa de cristal de Baccarat como si fuera un cetro. A sus lados, los gobernadores y empresarios más poderosos de la república lo escuchaban como si cada palabra fuera oro puro. Inspirado por: At My Sister’s Wedding, My Father Announced: “You’re Getting Nothing.” I Didn’t Flinch—Instead…